Los goles de Sergio Ramos son especiales para el madridismo. Cada vez que vuela por el área la memoria se hace líquida y se derrama por los ojos de la afición, que parece estar viendo de nuevo el gol de Lisboa, el de Milán, el de Trondheim, el del Camp Nou, los de Nápoles... Sergio Ramos sigue escribiendo una época. ¿La Décima? La Champions de Ramos. ¿La Undécima? La otra Champions de Ramos. ¿La Supercopa de Europa? De Ramos. Si el Madrid gana esta Liga, y de momento está en camino, será la Liga de Ramos. Sergio Ramos, el que se elevó en el minuto 81 para poner el 2-1, para devolver al Madrid al liderato, para desquiciar la memoria otra vez.
Para el que viera el partido y para el que no, tengo una noticia: El Real Madrid se jugaba el liderato. Se lo juro. Puede que lo intuyera si vio el inicio, esos primeros minutos en los que Isco y James combinaron bien, como los amigos del cole a los que de repente separan de clase y claro, uno del B no puede jugar el partidillo del A. De vez en cuando se reencuentran en el parque y se divierten. Salió Zidane de inicio con ellos dos escoltando a Kroos y Modric. Jugaba bien el Madrid, pero sonó la alarma del despertador y los ojos se abrieron como platos.
El culpable fue Keylor, quien salió primero a por uvas y arrolló por el camino a Brasanac, pero evitó la roja porque Mateu no pitó ni falta. El tembleque del que se salva de un castigo por los pelos sabiéndose culpable le acompañó tres minutos después. Sanabria lanzó un chut inocente desde el punto de penalti pero que se convirtió en cicuta para el portero. No atrapó el balón de primeras, lo rebañó hacia el lado contrario de segundas y tardó eones en sacar la otra mano para impedir el gol.
Se le cayó el cielo encima. Y el Bernabéu. Los pitos a Navas no son un intento de hacer daño y minar la moral de un portero que ha salvado (y salvó en el último segundo) con buenas maneras y mejores modales al equipo desde que confirmó alternativa. Como el silbo gomero, en la grada de Chamartín hay un lenguaje propio. Esos silbidos son una forma de hacerle saber al palco que creen que es hora de una cara nueva, que Keylor bien, pero no, que no está mal, pero que, si puede ser, en verano, algo mejor o diferente o nuevo...
El caso es que el Madrid, que había estado bien, dejó de encontrar los huecos que antes dejaba el Betis. El equipo de Víctor jugó su plan a la perfección y, apoyado en un buen Ceballos y en un aplicado Rubén Pardo, se amuralló sin quitar la ametralladora de las almenas. El equipo de Zidane empezó a parecer desorganizado, de nuevo atrapado por sus propios errores, como casi siempre en las últimas fechas. Un tanque que gusta de transitar por hielo fino.
A pesar de todo, seguía habiendo mínimas conexiones naturales que funcionaban sobre el césped. A la de Isco y James se unió la de Marcelo y Cristiano. El brasileño colgó un balón como le pone miles en los entrenamientos al portugués, los dos centrales se marcharon a asegurarse de que el dorsal no se le descosía a Morata y Ronaldo cabeceó casi a placer para empatar antes del descanso.
En la segunda parte el Betis mejoró, tuteó al Madrid, tuvo un rato de buen juego. Pero el devenir del partido era el que era y sólo era cuestión de tiempo que el verdiblanco se refugiase en la fortaleza y el blanco iniciase el asedio. El final ya estaba escrito. No, no es que aquí creamos en el destino. Es que ya estaba escrito de verdad. Se escribió el día del Nápoles, se escribió el día del Deportivo, se escribió el día del Camp Nou, en Trondheim, en Milán, en Lisboa. Ya estaba escrito. Gol de Ramos.
Al Betis le queda lo peor, las buenas sensaciones sin premio. El besito en la mejilla. Estuvo a punto de marcharse del Bernabéu con al menos un punto y se acabó yendo con la cara que se te queda cuando ves a Ramos volar por tu área más allá del minuto 80.
El Madrid es líder, pero sigue siendo mal estudiante. Lo volvió a resolver el de siempre y como siempre. A última hora del domingo, haciendo los deberes.
